Lo “no pensado” del yoga y de la meditación: Crítica. 2ª Parte

2ª PARTE

La Ilustración empujó al destierro a mitos y dioses y, desde entonces el mundo, como dijo el sociólogo Max Weber, está desencantado. Sin embargo, la sed del espíritu sigue sin agotarse, de ahí que hurguemos por otros lugares, desde el new age (con sus unicornios) hasta los deportes (con coaches ejerciendo de gurús). Como algunos creen que la solución (o la salvación) vendrá de manos la ciencia (si viene con el prefijo “neuro” impresiona más), para meditar también necesitamos cosas del tipo “clínicamente probado”. Incluso desde las propias comunidades o grupos de meditación se apoyan en los experimentos científicos para convencer y autoconvencerse. Pero oigan, prestar atención es obviamente bueno, no hay que justificarse. Aun así, tanto el yoga como la meditación, son constantemente traducidos mediante la jerga científico-médica, asépticamente, sin referencias religiosas o espirituales (como hace el mindfulness sesgando, para lograrlo, la parte ético-moral de las vías tradicionales) para convencer a la población de que cambien algunos de sus hábitos (los «malos», ups, por ahí asomó de nuevo la moral). La meditación es ahora la «nueva píldora», la “nueva medicina” que lo que viene a señalar es que estamos enfermos de tedio-secular.

En cualquier caso,  casi todo “lo que viene” tiene que ser medible, vendible y consumible. La tecnología refleja este estado de cosas. Por ejemplo, ya existen apps para «aprender» a respirar[1], incluso para meditar[2], un modo tosco de objetivar el espíritu, porque en realidad todo esto es sólo para que se pueda evaluar, valorar, comparar, hacer rankings y llegar a ser un meditador eficiente. La última aberración, es la creación de competiciones de yoga donde se promueven a los «campeones de yoga», a «los mejores yoguis»[3], y con esto podemos asegurar que el viejo yoga agoniza, o que ya ha muerto. La meditación, ahora, no es sólo cuestión de salud (versión secular de la antigua «salvación») sino de rendimiento: es bueno para los negocios y para la creatividad, esa que se usa también para mejorar en los negocios. Ya meditan en universidades, en las escuelas —y en las escuelas de negocios— y hasta meditan los trabajadores de Google. Y como no, la meditación se usa para el deporte, para el rendimiento deportivo, porque hay que estar atentos y visualizar también para correr, nadar, saltar… En fin, meditar es ahora de lo más útil y rentable, y el turismo íntimo de lo más cool: lo más de lo más.

Pero resolver nuestras carencias y nuestras dudas existenciales requiere de observación, aceptación y tal vez de un cuestionamiento de del sentido que nos viene dado, para lo que no existe una receta correcta sea o no de importación. No es que la meditación no vaya ayudarnos, al contrario, pero también puede ser otro modo de huir de la vida, de alienarse, otro modo de conseguir nuevas sensaciones y nuevas “fachadas de verdad” perfectas para nuestra sociedad.

Lo que yo propongo, con intención de no afectar (paralelamente quizás) a las fuentes clásicas o conservadoras (las cuales respeto y estudio), es que el yoga aspira a alegoría. Cada āsana es el fotograma de un hiato, cada sesión el relato del vacío. Cada postura es un microcosmos, una atalaya providencial al infinito, un lugar donde cuentan y escuchan cuentos, un sitio donde se representa una vida ejemplar y un espacio para el (re)encuentro. El yoga que yo practico (como quiero interpretarlo) no es deporte, es un “mito en acción”, un ritual de representación donde el mito tiene un modo de encarnación. La vida del yogui es una escenificación dramática que levanta el telón con “la caída” del ser humano en el tiempo, hasta cerrarse (sin cesar) en aquel momento que está fuera del tiempo. Su contexto es el de la verdad mítica, narrativa, y el de la experiencia estética (artística), y no el de la utilidad —que quede claro— por eso es Bello. Cada sesión es el rito donde “yo” me sacrifico para ser “Eso”: lo más grande y lo más pequeño. El yoga es también una fábula que enseña a sentarse y a levantarse, a establecerse y a moverse, a esconderse y a encontrarse. El yoga impone actos ejemplares e impersonales, es la celebración del “camino difícil”, el de los héroes. Un camino que como sabía el historiador de las religiones Mircea Eliade, es el camino hacia “el centro”, que es donde se crea el mundo, «la zona de lo sagrado por excelencia».[4]

 

[1] https://maestradeyoga.wordpress.com/2016/07/01/apps-que-nos-dan-un-respiro/

[2] PlayGroundNoticias. Alcanza la serenidad mental con tu Smartphone: http://www.playgroundmag.net/musica/noticias-musica/actualidad-musical/alcanza-la-serenidad-mental-con-ayuda-de-tu-smartphone. Recuperado el 05/05/2014

[3]http://www.elmundo.es/deportes/2014/05/01/535fdabae2704eb0748b4582.html

[4] Eliade, M. El mito del eterno retorno. Madrid, Alianza, 2002, pp. 26 y s.

Livianos

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La misión, el objetivo último del yoga, aquello que lo hace ser lo que es, podríamos llamarlo «liberación» (moksha) que, originalmente, implicaba liberar el espíritu de la materia (del samkhya al vedanta, cada tradición propuso matices sobre lo que sea la «liberación»). Si entendemos «liberar» como la acción de quitar obstáculos, dará igual si son las cadenas del karma o las del cansino «tener-que-ser-así», porque en todo caso sentiremos la descarga.

Para hacer de esto mi primera declaración de intenciones, diré que el pensamiento hindú nos ofrece una rica variedad de metáforas para la vida, y que como la buena obra de arte o como la buena conversación, el yoga permite que nos sintamos más livianos…